Todavía en estado de shock le llevo mis análisis a mi endocrinólogo, que me trataba desde hacía varios años por un problema tiroideo que a esta altura estaba totalmente bajo control, y repite el diagnóstico de mi ginecóloga: Diabetes Tipo 2. Fulminante y categórico.
Otra vez al laboratorio y los análisis que confirman los resultados anteriores. Recibo un glucómetro y tengo que aprender a usarlo. ¿Dolerá mucho?
No queda otra: ¡Empiezo a medirme y llenar planillas! ¡Cambio de rutinas! ¡A seguir la dieta indicada! ¡Anotarse en el gimnasio y hacer cinta todas las mañanas! ¡Uff! ¡Cuánto trabajo!
10 meses después y con 10 kilos menos (toda la ropa me quedaba enorme y parecía un esqueleto vestido) mi glucemia sigue alta y empiezo con insulina basal. ¡A esa altura mi fobia a las agujas estaba bastante bajo control! ¡Quién dice que todo es negativo!
Pero seguía bajando de peso (kilos que nunca me habían sobrado) y de nuevo al laboratorio… Conclusión: Diabetes Tipo 1.
Deja vu: ¿Qué? ¿Cómo? ¿De dónde?
Y comencé a reconocer que estaba transitando el camino del duelo:
– Negación: “Esto no me puede estar pasando, no a mí.”
– Ira: “¿Por qué está sucediendo? ¿Quién tiene la culpa?”
– Negociación: “Haré un cambio en mi vida solo si eso significa que esto no me sucederá.”
– Depresión: “Ya no me importa.”
– Aceptación: “Esto tiene que pasar, no hay solución, no puedo luchar contra la realidad.”
(Kübler-Ross)