No parecés diabética

En una reunión de amigos a veces hay gente que uno no conoce y tarde o temprano alguien nos dice: “No parecés diabética.”

Todo empieza cuando decimos que no a algo de comer que nos ofrecen y nunca falta quien diga: ¡está riquísimo! ¿Vos no comés?

Suele ser un comentario inocente, pero… ¿Contestamos?

Y surge la primera duda: ¿digo que tengo diabetes o invento una excusa?

A la “confesión” invariablemente le sigue el comentario: “Mi [tía, abuela, prima, etc.] tenía diabetes. Pero vos te ves bárbara. ¡Sos re flaca! No pareces diabética.”

Y generalmente el tema de conversación pasa a ser la diabetes… Que tengo diabetes tipo 1… Que no, no fue diagnosticada en mi infancia a pesar de lo que el común de la gente cree: que la diabetes tipo 1 sólo se desarrolla siendo niño o adolescente y que todos los adultos con diabetes tienen diabetes tipo 2… Que puedo comer de todo, pero que tengo que cuidar las cantidades de ciertas cosas y aplicarme insulina de acuerdo con lo que decida comer… Y otras leyendas y mitos que la gente acepta como si fueran Palabra Divina.

Tenemos los dedos que parecen coladores de pincharnos varias veces por día y algún que otro moretón de cuando nos aplicamos insulina; nuestro cuerpo seguramente tiene heridas internas que nada va a sanar ya que la diabetes no perdona cuando no la tratamos bien; nuestro cerebro se ha acostumbrado a calcular porciones, cantidad de carbohidratos y dosis de insulina como algo natural… Y también tenemos el alma llena de cicatrices y moretones como resultado de la batalla que libramos todos los días con la diabetes, al tiempo que tratamos de llevar una vida lo más “normal” posible…

Pero nada de eso se nota a simple vista.

No llevamos una letra D escarlata sobre la frente ni estampada en el pecho como un escudo.

¿Cómo deberíamos vernos?

¿Cómo cree la gente que deberíamos vernos?

¿Cómo se ve una persona que tiene diabetes?

4 comentarios en “No parecés diabética”

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