¡Plop! Los ojos abiertos como dos huevos fritos en medio de la oscuridad total. El reloj en la mesita de luz marca las 6.03: eso no es lo que me despertó ya que todavía falta casi media hora para que suene…
Algo me despertó y manoteo la bomba para ver si sonó alguna alarma: pantalla negra. Vuelvo a apretar el botón porque estoy tan dormida que pienso que no lo apreté. Nada. Nada de nada. La pantalla no prende.
Pero se prende una lamparita en el cerebro: se quedó sin pila. ¡Pucha! ¿Cómo puedo haber sido tan estúpida y quedarme sin pila? Si el sistema está programado para avisar con tiempo suficiente…
6.04: me corre frío por la espalda y empiezo a sentir miedo: ¿cuánto tiempo estuve sin infusión de insulina? ¿Tengo la glucemia en la estratósfera?
Busco una pila en el estuche en la mesita de luz y la moneda para abrir la tapa de la bomba, termino de salir de la cama y parto al baño a cambiar la pila y medir mi glucemia. Imposible saber cuánto tiempo la bomba había estado sin funcionar, pero había fallado justo en el horario del fenómeno del alba y la glucemia bien podía estar arriba de 300… Me mido y miro de reojo el glucómetro: 138. Alta pero no tan terrible como esperaba… Suspiro de alivio…
La tecnología no es infalible y puede fallar. Pero esta vez lo que había fallado no era la tecnología: fue un error humano, el mío.
La bomba me había avisado con tiempo suficiente que la pila estaba por agotarse la tarde anterior. Pero en ese momento estaba en la calle, caminando de regreso a casa y como faltaban sólo 10 cuadras decidí seguir caminando y cambiarla cuando llegara. Siempre tengo una o dos pilas de repuesto en la cartera (y en varios lugares estratégicos en casa), pero decidí que no valía la pena parar y cambiarla en ese momento ya que en pocos minutos estaría en casa y podría hacerlo más tranquila. ¡Grave error! Contestar mails, organizar papeles, empezar a pensar en la cena… ¡y se me había pasado totalmente cambiar la pila!
No ganaba nada despotricando por lo que no había hecho o sufriendo por el error cometido y lo que podría haber pasado (glucemia por las nubes que tal vez habría tomado varias horas en regularizar).
No quedaba otra que aprender la lección, una más de las tantas que nos enseña la diabetes, y la próxima vez dedicarle 90 segundos al cambio de pila, esté donde esté y sea la hora que sea.
Una lección de tantas tan bien relatada. Sentí que estaba allí! Un abrazo!