‒ ¡Ana! ¡Ana!
¿Quién me llama? ¿Qué pasa?
‒ ¡Ana! ¡Ana!
Me pesan los párpados… Me pesa la cabeza… Me pesa el cuerpo… ¡Otra vez! ¿¡¿Qué pasó?!?
Un vaso con restos de jugo sobre la mesa y mi hermana que me ofrece un puñado de castañas de cajú (mis favoritas)…
Estaba tranquila, leyendo una novela y pensando que tenía que empezar a organizar la cena (¡qué fiaca!)… Mi hermana y los chicos estaban entretenidos con un juego de mesa y pronto les iba a tener que pedir que despejaran para poder cenar… El calor estaba insoportable…
Miro el reloj y lo tengo que mirar de nuevo porque no lo creo… ¡No puede ser! ¡Ya tendríamos que estar cenando y todavía no preparé nada! ¿A dónde se fue la última hora y media?
De a poco mi cerebro empieza a funcionar con cierto grado de normalidad, pero lo único que quiero es meterme a la cama y dormir hasta que se me pase la mufa. ¿Por qué no reconozco los síntomas de hipoglucemia?
No hay caso. Intento racionalizar o irrazonable. Mi cuerpo se niega a avisarme y yo sigo empecinada en enseñarle… pero, ¿qué le quiero enseñar? Mi cuerpo funciona en forma independiente de mi voluntad…
Decido empezar a medirme antes de inyectarme Lantus a la tardecita, aunque sea relativamente cerca de la medición antes de cenar, a ver si encuentro algún patrón o puedo frenar estas caídas libres que me (y nos) descolocan y sacuden.
Espero que la obra social me autorice las tiras extra pero igual voy a tener que afilar la punta del lápiz para que los números me cierren…