‒ Voy de una corrida a la farmacia y vuelvo. ¿Tenés todo lo que necesitás a mano? No tardo mucho…
Mi hijo menor está recién operado de la rodilla y como todavía no se puede mover mucho no quiero dejarlo solo mucho tiempo.
La farmacia es un muuundo de gente. Cuarenta minutos para comprar dos pavadas pero no me queda otra si no quiero perder el descuento de la obra social. En el camino de vuelta a casa hago una escala en la verdulería a comprar unos zapallitos para hacer una tarta y, ya que estoy, retiro las sábanas del lavadero. Creo que estoy un poco baja y probablemente en curso directo a una hipoglucemia, pero sólo falta una cuadra para llegar a casa… Entro con los paquetes, deposito lo de la farmacia y verdulería en la mesada de la cocina y pienso: “guardo las sábanas y después como algo”…
No recuerdo nada más…
[Sopla una brisa muy agradable… Me parece escuchar el ruido de las olas… ¿Estoy en un barco? Empiezo a sentir frío… Alguien grita… Me están llamando…]
Cuando abro los ojos mi hijo está sentado en el piso tratando que yo tome un poco más de jugo, la muleta descartada al lado de la cama.
‒ Mamá, ¿estás bien? ¿Qué pasó?
‒ Evidentemente estaba más baja de lo que creía…
Mi hija menor llega del colegio. Soporto estoicamente que me reten y me propongo evitar que vuelva a pasar. La próxima vez que “crea” que estoy baja voy a parar, medirme y comer algo. ¿Lo podré cumplir?