Las personas con diabetes no pueden comer dulces de ningún tipo…
Las personas con diabetes tienen sobrepeso…
Las mujeres con diabetes no pueden tener hijos…
Las personas con diabetes no pueden practicar deportes competitivos…
Las personas con diabetes…
Y la lista sigue…
¿Cuántas veces hemos tenido que explicar que (completar con alguna de las anteriores u otras) no es así y serenamente soportar que nos miren como si no entendiéramos de qué nos están hablando?
Durante un viaje en el que tocábamos distintos destinos llegamos a Viena y al entrar a la habitación nos encontramos con que no tenía frigobar. El hotel era pequeño y familiar por lo que bajé a recepción para pedir que me dejaran usar la heladera de la cocina y dejé mi insulina con un gran cartel en distintos idiomas para que nadie tocara, moviera o sacara mi estuche con la provisión para el resto del viaje (y algo más por las dudas).
La noche anterior a dejar el hotel pasé a retirar mi insulina para guardarla en el estuche refrigerante ya que partíamos muy temprano la mañana siguiente y no quería correr el riesgo de olvidármela. La recepcionista de ese turno aparentemente tenía ganas de charlar y me preguntó si era muy complicado pincharse y esas cosas. Asumiendo que mi diagnóstico era de larga data me preguntó desde qué edad era diabética y cuando contesté 43 me dijo: “¡Ah! ¡Diabetes 2!” Le expliqué que no, que era diabetes tipo 1 (¿subtipo LADA? ¿DM 1.5?), y que aunque no era tan común era lo mismo que cuando se diagnostica en la infancia o adolescencia. Su respuesta me dejó pasmada: “Acá en Austria los niños tienen diabetes 1 y los adultos tienen diabetes 2”. Tajante y fulminante.
Opté por desistir en mi esfuerzo educativo y me retiré a terminar de armar la valija.