En el aula tratamos de estimular a los chicos y no concentrarnos sólo en lo que está mal, lo que hay que corregir o lo que les falta aprender. Los felicitamos por lo pequeños y grandes logros que alcanzan y los incentivamos a seguir esforzándose por superarse.
Un buen jefe se comporta en forma similar con sus subordinados y cuando hay que marcar un error o mejorar algo, no se pierde de vista todo lo valioso y positivo que ese empleado aporta al equipo.
Pero cuando se enfrenta el diagnóstico de diabetes, parece que los “no” son muchísimos, y los pocos “si” que escuchamos generalmente son obligaciones de hacer que se refieren a cosas que no nos gustan: no podés comer dulces ni harinas, no podés tomar alcohol, no podés quedarte en vela toda la noche, no podés, no podés… tenés que hacer ejercicio, tenés que comer a horario, tenés que inyectarte insulina, tenés que, tenés que…
La vida se convierte en una serie de limitaciones impuestas que muchas veces no parecen tener mucho sentido. Pero ahí están. ¡Y cómo pesan! Terminamos incorporándolas y eventualmente limitando nuestro mundo y nuestras experiencias.
Creo que una posible solución es elegir todos los días (aunque algunos me cueste más que otros) concentrarme en los “si” y disfrutar todo lo que la vida ofrece:
- El amor de mi familia
- La compañía de mis amigos
- Una puesta de sol o un amanecer
- Escuchar a mis hijos reírse con sus amigos
- Ordenar las fotos y revivir todos esos momentos felices
- Una película o un buen libro
- Bailar con la música a todo volumen
- Mi trabajo
- Cocinar para mi familia y amigos
- Los chistes que recibo por mail o WhatsApp
- Que me feliciten por algo bien hecho
- Un piropo
- Estrenar algo
- Sentarme a tomar un café y ver pasar a la gente
- La insulina y las tiras reactivas que me permiten manejar mi diabetes…
Y la lista sigue…
¡La vida regala muchos SI!
Suelo ver en negativo mucho más que en positivo.