“Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes.”
Si esto es cierto yo debo estar bastante loca, o directamente de atar.
En mi búsqueda de la “fórmula mágica” para lograr cierto grado de control en el manejo de mi diabetes insistía con aprender eso del “conteo de carbohidratos”. ¡Pero no encontraba quién me enseñara!
A fuerza de tener que ser autodidacta recurrí a mi gran amiga Internet. Y como los de mi generación estamos más acostumbrados al papel que a la pantalla imprimí varias decenas de páginas con listados y tablas y me puse a estudiar. Entender, entendía todo. Y, aunque en general la terminología de frutas y verduras (por poner un ejemplo) era distinta a lo que se usa acá y las marcas nada que ver, la información era clara.
Me concentré en los alimentos de consumo corriente en casa y armada con las tazas y cucharas medidoras de repostería me dispuse a tratar de convertir esas medidas abstractas en algo “visible” que me permitiera calcular la ingesta sin sacar esos utensilios de la cartera cada vez que comía afuera.
Pero me topé con el problema de no saber realmente cuánto correspondía a la dosis de insulina prescripta por el médico. ¡Qué bajón que me agarró!
Vuelta a la nutricionista. Como ya había visto a la mayoría de las que figuraban en la cartilla le pedí orientación al médico y saqué turno.
Otra vez la fotocopia, aunque esta vez en forma de cuadernillo, y se sumaron triángulos, círculos y cuadrados para los alimentos y las porciones. La docente en mí reconoció el valor de la representación gráfica como estrategia de enseñanza-aprendizaje y probablemente funciona divino con los chicos pero…
¡Yo soy un adulto! ¡Soy perfectamente capaz de leer una etiqueta (aunque necesite lentes y a veces hasta una lupa)! ¡Y también puedo hacer cálculos matemáticos! Especialmente si la gran magnitud de conocimientos matemáticos que se necesita se limita a la regla de tres simple…
Me encanta!! 😉