¿Estoy diciendo pavadas?

No suelo tener ninguno de los síntomas comunes que anuncian una hipoglucemia o simplemente no me doy cuenta a tiempo:

• Temblores
• Sudoración fría
• Incapacidad para realizar cálculos mentales
• Palidez
• Hambre
• Irritabilidad
• Mareos
• Visión borrosa
• Palpitaciones rápidas del corazón

Nada de todo eso. La mayoría de las veces no me doy cuenta de nada hasta que estoy por quedarme redonda (o directamente pierdo el conocimiento), pero con el tiempo en casa han aprendido a “leerme” y tengo que reconocer que lo hacen mucho mejor que yo.

Lo que sí me pasa es que se me traba la lengua y empiezo a decir pavadas e incoherencias…

Pero cuando llego a ese punto y empiezo a darme cuenta que tal vez estoy baja, la mayoría de las veces ya he superado la barrera de los 40.

En medio de la nebulosa mi cerebro entra en modo supervivencia y empieza a mandar órdenes: ¡Parate y abrí la heladera! ¡Servite un vaso de jugo! ¡Movete que te vas a desmayar!

Pero el resto de mi cuerpo no parece escuchar…

Por suerte cuando lo que digo no tiene sentido, mis hijos paran la oreja y me dicen: “Mamá, medite que creo que estás baja”, o algo parecido ya que a esa altura puedo llegar a contestar cualquier barbaridad o simplemente empacarme como una nena de 3 años… A veces les hago caso, otras veces me tienen que obligar y otras directamente me han tenido que ayudar.

El uso de la tecnología permitió anticipar en parte esos bajones, pero lamentablemente no los podía evitar por completo ya que es muy difícil saber a ciencia (medianamente) cierta la cantidad de insulina “activa” con la que se cuenta… hasta ahora que el uso de la bomba permite calcular con mayor precisión la cantidad de insulina en circulación y directamente corta la infusión.

Pero con esta nueva incorporación y todos los beneficios que trae, tengo que admitir una realidad que durante los últimos años se escondía detrás de la excusa perfecta de la hipoglucemia: ¡No tengo que estar baja para decir pavadas!