A la noche me quedo buscando información sobre el CGM en Internet hasta tarde y a la mañana me quedo un rato más en la cama. ¡Supuestamente estoy de vacaciones!
Cuando me levanto, el paquete de Dexcom me está esperando en la cocina con una nota de mi hermana que había salido a una reunión… ¿Lo abro ahora o desayuno primero? La ansiedad me supera y decido abrirlo, y después sigo abriendo las cajas más chicas que vienen adentro. Saco los manuales y mientras desayuno empiezo a leer (lo mismo que leí en Internet, pero igual leo todo de nuevo).
Conclusión: hay que poner a cargar el receptor antes de poder hacer nada más (entre 4 y 5 horas). Saco el cargador, lo enchufo y parto a la ducha.
Me cuesta concentrarme en cualquier cosa que no sea el CGM y a cada rato voy a ver si la carga realmente avanza mientras repaso mentalmente toda la información que he recopilado. ¡Son tantas las cosas que tengo que aprender e incorporar! Repasemos: activar el transmisor, terminar de cargar el receptor, configurar el idioma, la hora y la fecha, configurar el transmisor y establecer las alarmas… Después tendré que insertar el sensor en mi panza y eso me asusta un poco.
Leo todas las instrucciones una vez más (sí, creo que a esa altura ya debería saberlas de memoria pero igual lo hago). El receptor ya está cargado y configuro todas las opciones. Pero surge un problemita: ¡hay que calibrarlo cada 12 horas y me tendría que levantar a las 3 de la mañana! Mejor espero a que sea una hora más lógica…
Llega la hora y doy algunas vueltas, pero finalmente junto coraje y me inserto el sensor. ¡Apenas duele! ¡Qué bien! Conecto el transmisor, inicio el sensor y espero dos horas para la calibración inicial.
Estoy empapada de los nervios pero siento que he dado un paso mayúsculo.
