Comer afuera

Un alto en la rutina, un momento para compartir con amigos, ponerse al día y simplemente relajarse un rato. Pueden ser amigos del colegio, de la facultad, de la vida… Lo que importa es que la salida representa un pequeño oasis para ser uno mismo y recargar pilas.

Primer obstáculo (para mi): eligen ir a una parrilla y me resigno.

El mozo trae la carta y empiezo a navegar entre mis limitaciones, tratando de no perder el hilo de la conversación y buscando aliados para compartir algún plato porque veo que las porciones son enooormes…

Ravioles… Media porción puede andar… “¿Alguno quiere compartir ravioles y una ensalada?” Pero la mayoría prefiere parrilla o están a dieta y “ravioles” es una mala palabra… No hay quórum.

¿Tortilla de papas alguno? Puede ser…

A ver las ensaladas… Lechuga, tomate y cebolla (aburrida), papa y huevo (¡ni en broma!), rúcula y parmesano (¡Mmmm! ¿Pero qué más?).

¡Qué rico que se ve el pan!

Preguntas al mozo… Cálculo de porciones… Cálculo de carbohidratos, me mido, calculo insulina, me la aplico… ¡Listo! ¡A disfrutar la charla y la compañía! “¿Qué era lo que dijiste de tu hija?” ¡Ah! Ya pasaron a otro tema…

Llega la comida… Pidieron milanesitas de muzzarella para compartir y esa parte me la perdí… Comería un poco, ¡pero no lo computé! Bueno, hago una nota mental para corregir después y listo. El segundo plato se demora y manoteo un grisín (¿tengo hambre realmente?). La comida se sigue demorando y el monitor chilla que estoy baja: tomo un cuarto de vaso de Coca Cola (sería mejor un poco de jugo pero por suerte uno del grupo pidió Coca común)… Para cuando llega la comida ya perdí la cuenta de los “extras”, ¿eran 20 o 30 gramos?

Va pasando la velada y llegamos a casa pasada la 1. Me mido, corrijo y a la cama que mañana hay que madrugar…

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