En la búsqueda de información para tratar de encontrarle cierto grado de sentido a esta enfermedad me topaba todo el tiempo con la frase “conteo de carbohidratos” o alguna de sus variantes.
¿Pero qué era eso? Para mí los carbohidratos eran simplemente parte de la comida, como las proteínas y los lípidos y recuerdo que en el colegio teníamos que dibujar o recortar y pegar la pirámide alimenticia.
Y hasta ahí llegaban mis conocimientos…
Diagramas, listas interminables de alimentos ordenados según distintas categorías, cantidades y pesos que no me aclaraban mucho… Me fijo en el peso o volumen de los productos y empaques para comparar precios, pero suelo comprar por unidades: 4 manzanas, 2 bananas, 6 papas, 1 cebolla, 3 supremas, etc. ¿Cuánto pesaban? ¡Un misterio para mí!
Uso la balanza cuando cocino para mantener las proporciones de la receta que estoy haciendo y empecé a usarla para tratar de grabar en mi cerebro cómo se veían 100 gramos de harina, 80 gramos de fideos, 60 gramos de pan… Pero eso no era suficiente.
Tenía que encontrar “la” fórmula para convertir la porción de comida en cantidad de insulina que me tenía que inyectar.
Cuando le pregunté al médico la respuesta no parecía ayudarme mucho: “Tendrías que comer X o Y o Z e inyectarte tantas unidades de insulina. Esto en el desayuno, lo otro para el almuerzo y lo de más allá para la cena.”
Perfecto si comía siempre en casa lo que yo cocinara. Pero en el mundo real eso no es lo que siempre sucede. Cuando no se come en casa la porción puede ser mayor o menor y no siempre se puede comer “lo recomendado” porque a veces simplemente no hay.
Me tomó bastante tiempo armar una lista con las cosas que realmente se podían conseguir y que normalmente se consumen en casa y/o comiendo afuera pero me seguía faltando la otra parte: ¿Cómo calculaba la cantidad de insulina que necesitaba?